Stephen King: Mis libros fueron utilizados para entrenar Inteligencia Artificial

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La revista The Atlantic publicó la semana pasada un ensayo escrito por Stephen King acerca de la inteligencia artificial. Acá podés leerlo traducido al castellano:

‘Autos que se conducen solos. Aspiradoras con formas de platillos que se deslizan de acá para allá (solo ocasionalmente trabándose en las esquinas). Teléfonos que te dicen dónde estás y como llegar al siguiente lugar. Vivimos con todas estas cosas y, en algunos casos (el smartphone es el mejor ejemplo), no podemos vivir sin ellas, o nos decimos esos. Pero ¿puede una máquina que lee aprender a escribir?

Dije en alguna de mis pocas incursiones en la no-ficción (Mientras escribo) que no podés aprender a escribir a menos que seas un lector, y a menos que leas un montón. Aparentemente, los programadores de IA (inteligencias artificiales) han tomado a rajatabla este consejo. Gracias a que la capacidad de memoria de una computadora es tan extensa (todo lo que yo escribí en mi vida entra en un pendrive, un hecho que nunca deja de volarme la cabeza), estos programadores pueden volcarle miles de libros a estas «últimas» mezcladoras digitales. Inclyendo, parece, los míos. La verdadera pregunta es si obtenés algo mejor cuando juntás las partes dispersas.

Por ahora, la respuesta es no. Los poemas hechos por IA con el estilo de WIlliam Blake o William Carlos Williams (vi de ambos) se parecen un montón al dinero de las películas: bueno a primera vista, no tan bueno cuando lo inspeccionás de cerca. Escribí una escena en un próximo libro que puede ilustrar este punto. Un personaje se arrastra sobre otro personaje y le dispara en la parte trasera de la cabeza con un revólver de calibre bajo. Cuando el tirador da vuelta al muerto, ve un pequeño bulto en la frente del hombre. La bala no salió del todo, ¿ves? Cuando me senté ese día, sabía que el asesinato iba a tener lugar, y sabía que iba a ser cometido con un arma. No sabía acerca de ese bulto, que termina siendo una imagen que acecha al tirador desde entonces. Ese fue un momento genuinamente creativo, uno que vino a partir de estar en la historia y ver lo que el asesino estaba viendo. Fue una completa sorpresa.

¿Podría una máquina crear ese bulto? Diría que no pero debo, de mala gana, agregar este condicional: no aún. La creatividad no puede darse sin sensibilidad, y ahora hay argumentos que apuntan a que algunas IA son realmente sensibles. Si eso cierto ahora o en el futuro, entonces la creatividad podría ser posible. Veo esta posibilidad con una fascinación terrible. ¿Prohibiría yo que enseñaran (si esa es la palabra) mis historias a las computadoras? Ni aunque pudiera. Sería como el Rey Canuto, prohibiendo que suba la marea. O un ludita intentando detener el progreso industrial destrozando a martillazos un telar de vapor

¿Me pone nervioso? ¿Siento que invaden mi territorio? Todavía no, probablemente porque he alcanzado una edad bastante avanzada. Pero te diré que este tema siempre me hace pensar en esa tan presciente novela, Coloussus, de D. F. Jones. En ella, la computadora del mundo aprende a sentir y le dice a su creador, Forbin, que con el tiempo la humanidad aprenderá a amarla y respetarla (de la forma, creo, en que muchos de nosotros amamos y respetamos a nuestros teléfonos). Forbín grita «¡Nunca!» pero el narrador tiene la última palabra, y una sola palabra es todo lo que necesita:

«¿Nunca?»‘

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